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viernes, 30 de noviembre de 2007

Orgullo en el Pecho: No hay Mujer que Merezca ser Infeliz

Una historia de dolor, imperfecciones, pudores, egos y amor…

El corazón es el que mira cuando amamos…los ojos, cuando desconfiamos.

Marta tiene la mirada nostálgica. Tiene 59 años, vive en La Reina, tiene un hijo y una hija, ambos universitarios, y ha trabajado toda su vida en diferentes lugares. En lo único que piensa a esta altura de la vida es en jubilarse y descansar, pero aún le queda un año.

Para ser una mujer de esa edad se conserva perfectamente, se preocupa de su figura aunque no va al gimnasio. Se tiñe las canas aunque ya es abuela. Se pinta todos los días aunque sólo vaya al supermercado. Se pone jeans ajustados aunque su figura ya no es la misma escultural de hace 30 años, pero de que es una fémina atractiva aún…lo es. Nos es por nada que la galantea un hombre menor que ella, pero no fue fácil para él; Marta ha pasado por situaciones delicadas que sólo una mujer puede entender.

En julio de 1989 le detectaron cáncer a las mamas, un fuerte golpe emocional. El oncólogo apenas le hizo los exámenes le dijo: “te operas de inmediato mañana”. Y así fue, de pronto se vio hospitalizada, lista para una cirugía que prometía salvarla de la muerte. Si no lo hubiese detectado el día preciso en que se palpó sus pechos, hoy Marta no estaría tan cansada de trabajar.

La operación extirpó todo el tejido maligno, los ganglios de todo su brazo izquierdo y su mama izquierda. La intervención se llevó una parte de su cuerpo, lo más distintivo de una mujer: la tan conocida teta, el primer recipiente natural que alimentó a sus hijos ya no estaba más.

Con el pasar del tiempo, la alegría de haber salvado con vida -de una enfermedad que llega a ser mortal- había sido reemplazada por cientos de cuestionamientos existenciales. ¿Qué es una mujer sin uno de sus senos? ¿Qué será de mi vida sexual? ¿Quién me va a querer así? En otras palabras, ya no se sentía capaz de seducir a nadie, no se sentía mujer, le faltaba algo esencial que una cirugía reconstructiva le podría devolver, pero no fue así, la salud de Marta no era la indicada para una cirugía plástica, menos su bolsillo y menos su situación matrimonial, la que empeoró tras la cirugía.

Antes del cáncer, ella y su marido discutían a diario, pues las heridas del pasado aún no sanaban. El dolor más grande de su vida también lo asociaba a una operación, específicamente a su segundo parto. Su bebé fue el que corrió el riesgo y no pudo salvar con vida. Una infidelidad de su marido, en 1980, desembocó en la muerte de su hijo que no alcanzó a cumplir un día de vida; murió en el parto a causa de una enfermedad venérea, nació muerto, se llamaba Joaquín…luego de dos años nacería Andreita, la menor.

Después del cáncer, la situación conyugal no mejoró, y llegaron a cortar todo tipo de comunicación, pero seguían viviendo bajo el mismo techo, lo que duró casi 10 años, eso sí con algunos períodos de tregua. Un escenario infernal para todos en esa casa, un martirio más que Marta soportaba. Nunca fue capaz de perdonar la infamia que cometió su marido.

Lloraba en silencio por las noches, en su pieza (la ex pieza matrimonial). Julio, su esposo, había trasladado sus cosas a otra habitación, y no pensaba en irse de la casa; menos lo haría Marta, porque su renta no alcanzaba para comenzar otra vida, y tampoco abandonaría a sus hijos quienes eran su mayor apoyo.

Así que decidió entrar al voluntariado de las Damas de Rojo y ayudó a mujeres con cáncer de mamas que aún no eran hospitalizadas o que estaban en recuperación.

Luego que recobró la consciencia de estar viva y de tener que hacer algo para no morirse espiritualmente decidió comenzar a trabajar para ser independiente al bolsillo de su esposo. Los dos primeros años que siguieron tras la operación mamaria se las ingenió para trabajar en un supermercado cerca de casa. Trabajó de vendedora en un stand de chocolates al interior del lugar, luego pasó a trabajar con horario Part Time en el mismo recinto, esta vez como cajera, y luego de aproximadamente 5 años, se cambió a otro supermercado que queda en la Av. Tobalaba.

Marta, gracias a su empeño por mantenerse viva, logró estabilizar en cierta medida sus emociones, aunque siguiese sufriendo los embates hogareños. Nunca dejó de llorar por las noches. Nunca su marido cedió. Nunca más se dirigieron la palabra, y nunca más la familia se sentó a la mesa a comer. La hostilidad sicológica que vivía la incentivaba más a estar fuera de casa.

Tras siete años de abstinencia sexual le ocurrió algo inesperado. Una noche, tras acabar su agotador turno de cajera, fue a tomar micro al paradero del metro Tobalaba. Eran pasadas las once y media de la noche y, como siempre, tenía miedo, no sabía si llegaría a salvo a su casa. La micro infame no pasaba nunca. Pero pasó un auto pequeño, no muy lujoso, y se devolvió. Se estacionó y se bajó un tipo de unos 40 años, casi diez años menor que Marta en aquella instancia. Se paró en frente de ella y le dijo:

- Me dejaste impactado. Hace mucho tiempo que no veía a una mujer como tú.

Marta se limitó a sonreír, mientras el hombre escaneaba su cuerpo desde sus jeans ajustados hasta su chaqueta del mismo material.

- Te invito a tomar un café, o un trago, o lo que tu quieras. Mira el “Lomitón” está abierto aún.

- No, gracias – le respondió secamente.

- Entonces vamos a comer algo, en Providencia...siempre hay algo abierto.

- No, cómo se te ocurre, ni te conozco.

- Bueno, entonces déjame llevarte a tu casa, a esta hora es difícil que pasen micros.

Ella ni siquiera lo pensó bien, ni siquiera sabe hasta el día de hoy qué la hizo subir a ese auto, quizás fue demasiada la insistencia...y demasiada sus ganas de sentirse acompañada.

Cuando el auto se topó en la esquina de Av. Francisco Bilbao con Tobalaba, viró bruscamente hacia el poniente.

- ¿Qué haces? – le dijo Marta- Mi casa queda derecho por Tobalaba.

- Si sé, pero la mía queda en este condominio. Tomémonos algo y te voy a dejar.

Entraron al departamento. Había telas para óleo en atriles, varios discos por el living, una mesa de centro, adornos étinicos en las paredes…era la perfecta foto de una casa de soltero. Se sentaron alrededor de la mesita de centro y bebieron un café. Él la miraba mientras escribía en un papel versos acerca de ella. Marta estaba nerviosa, tenía miedo y se sentía algo arrepentida, así es que comenzaron a hablar de cosas cotidianas: “Tú qué haces, en dónde trabajas, tienes o no familia”, etc.

El instinto del viejo zorro no se hizo esperar más y se abalanzó sobre Marta. Ella lo repelió rápidamente y se negó a sus intenciones lujuriosas. Él comenzó a decirle que lo había decepcionado...que era igual a todas las mujeres que lo rechazaban: interesada, manipuladora y un sin fin de descripciones paranoicas y psicopáticas más.

- ¡¿Por qué no quieres?! – le preguntó enojado el hombre.


Y Marta no aguantó más
, lo miró a los ojos, y con mucha rabia y triteza le dijo:

- No quiero acostarme con nadie porque me falta una pechuga, huevón, y ¿quién va a querer acostarse con una mujer sin pechuga? Me operaron de cáncer mamario, y simplemente no me quiero acostar contigo porque no me siento bien.

El hombre (el cual su nombre no recuerda Marta) quedó impactado, y todo su enojo infantil se convirtió en nostalgia. Marta, por su parte, se sintió desahogada, jamás pensó que iba a ser capaz de decirlo, y para mayor sorpresa de ella, él la mira y le responde algo mucho más freak.


-
Pensé que no querías acostarte conmigo porque te habías fijado en mi ojo de vidrio. Soy tuerto. Me operaron en Cuba hace algunos años, y muchas personas me han dado la espalda por lo mismo, hasta mi familia.

Atónita le confesó que no se había dado cuenta. Pasaron dos horas conversando, y por fin la llevó hasta la puerta de su casa. Nunca más lo volvió a ver. Fue una dosis de terapia nocturna que jamás olvidará, y que hoy recuerda muerta de la risa.

Para el verano de 1999, Julio y Marta, seguían viviendo en la misma casa, pero el ambiente era insoportable. Ningún miembro de la familia asistió al psicólogo, aunque todos padecían grados de depresión.

La emprendedora, continuó trabajando en el mismo supermercado. “Lo que más me gustaba de trabajar en ese lugar era que lo pasaba "chancho", el ambiente era bueno y me ayudaba a mantener mi cabeza en otras cosas, me olvidaba de los problemas de la casa. Aparte me servía para pagar mis cuentas, aunque no era mucho lo que ganaba”.

Llevaba nueves años “virgen”, hasta que un día, trabajando, un joven que empacaba bolsas le llevó un rosa roja.

- Se la mandó un caballero – le dijo el adolescente.

- ¿Qué caballero?- le preguntó asombrada Marta.

- No sé…ya se fue, pero parece que es cliente de acá.

Pasó una semana, y en cuanto cayó la noche y terminó el turno, Marta escuchó – a la salida del Súper- un “¿Te gustó la rosa?”. Era un tipo alto, canoso de unos treinta y tantos. “Regio… estupendo”, justo el tipo de hombre que jamás había buscado, pero que siempre había soñado.

Comenzaron a salir y la relación cada vez se volvió más afectiva. Parecían adolescentes paseando por la ciudad oscura y fugitiva. Ambos tenían compromisos colaterales. Marta era una mujer casada, lo quisiera o no, y Antonio estaba de novio.

Al momento de ir a la cama, Marta no fue capaz, a pesar de que le contó -previamente- cuál era su trauma. Así es que él fue paciente, la esperó, como si fueran un par de niños enamorados. Hasta que por fin, luego de seis meses de sólo besos, se unieron en carne y pasión. A él no le importaba que a ella le faltara una mama, le daba igual, le decía que la amaba. A lo que Marta siempre le respondía algo que atacaba su descaro.

- Y entonces, si dices que me amas ¿Para qué te vas a casar?

- Si tú me dices que no me case, lo hago. Y nos vamos a vivir juntos.

- Estás loco – le decía ella con aire de ternura. Lo veía como a un niño, quizás era por la diferencia de edad que eran casi 15 años.

Los amantes continuaron su relación cada vez más apasionada. Él le quitó los tabúes, ella le daba lo que su, finalmente, esposa no podía darle: amor maternal, sexo ocasional y eternas conversaciones acerca de la inmortalidad del cangrejo.

Marta recuperó tanto su valor como mujer que comenzó a regalarse atuendos para lucirlos ante su amor prohibido. Portaligas, colaless, corsés, babydolls, y una infinidad de ropa interior en negro y rojo que la devolvió a las pistas. Se sintió querida, se sintió más joven y más alocada, capaz de seducir, capaz de amar y de sentirse viva.

Lamentablemente, para el 2002 cayó enferma nuevamente. Un cáncer amenazaba con llevársela. La familia pasó por un momento de aflicción escalofriante. Pero los exámenes revelaron que no se trataba de una metástasis del anterior cáncer mamario, sino que se trataba de la glándula tiroides… había que extirparla y suplantarla por una hormona. “La mala hierba no muere” le decía a sus hijos para tranquilizarlos, siempre con una sonrisa, siempre con ese positivismo que sólo una mujer que ha estado al borde de morirse podría tener.

Con la fuerte noticia, la familia se rearmó lentamente, como quien arma un puzzle. Ambos esposos comenzaron a conversar insignificantes hechos cotdianos. La familia comenzó a tener almuerzos dominicales. Nació una nieta. Las relaciones se hicieron más agradables y jamás se olvidaron de lo invaluable que es la vida de un ser querido. Marta y Julio siguieron durmiendo separados, la diferencia era sólo que ahora mantenían una relación de armonía, porque Marta confiesa que el amor se apagó para siempre, que se casó enamorada, pero que su marido, poco a poco, se encargó de pisotear lo que quedaba de afecto... hasta que sólo quedaran cenizas.

Hoy, Antonio sigue visitando a su madura amante en horarios prudentes. Fue papá de un hermoso bebé y sigue casado con una mujer a la cual dice no amar. Con Marta no salen de la mano como pololos bajo la luz del sol (es muy peligroso para ambos), pero sí continúan haciendo de las suyas en los variados moteles de la urbe…de la ciudad que no se cansa de absorber las agazapadas historias que sólo ella guarda bajo el asfalto.

Por Kiu.





3 comentarios:

Patocarlos dijo...

la verdad bastante fuerte esta historia pero no me deja de sorprender la fuerza interior que tienen las mujeres y de eso lo se por mi madre que ha sido una mujer tanfuerte como ella se admiran esas miujeres y por sobre todo se respetan saludos y sigue con tus buenas historias...
bye bye
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.and
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.peace out!!!

Unknown dijo...

Una vez mas, me siento orgullosa de ser "hembra", hay muchas Martas y ciertamente con una fortaleza interna... de aquellas!
Muy bello me gusto mucho, escribes de una forma entretenida de leer y que te mantiene espectante...
Suerte en todo eres muy buena, sigue con tus ideas siempre!
De verdad gustó mucho.

Unknown dijo...

Buena la historia, muy entretenida, acorde con los tiempos actuales de la mujer chilena.
Saludos